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ISSN 1989-4163

NUMERO 02 - MAYO 2009

Gemelas

Agustín Fernández Mallo

Londres. Desayuno en un local italiano cerca del hotel. El tipo es amable, más italiano que británico. Después vuelvo a Tate Britain. Una sala de retratos del siglo 17. Un cuadro extraño, The Cholmondeley Ladies, son dos gemelas, en la cama, vestidas de manera idéntica, peinadas de manera idéntica, y cada una con un bebé en brazos, ambos también idénticos. El pintor es anónimo. Leo que existieron, y que el cuadro celebra esa extrañeza. Parecen que estuvieran en una tumba. Recuerdo de inmediato a las maduras gemelas que vi en un tren, Lérida- Barcelona, también como huecas. Fue cuando, hace unos días, regresaba del Centro de Arte La Panera. Eran las 10 y media de la noche. Me habían invitado a hablar de alta/baja cultura. Hablé del residuo, de la buena publicidad, de ese amigo de todas las cosas. En el tren, afuera todo eran sombras, dejamos atrás una refinería, luces y antorchas a la distancia suficiente para que parecieran un Belén. Me sorprendió que de Lérida a Barcelona, un viernes a esa hora, el tren fuera casi vacío. Iba escuchando en el iPod Restos de un incendio, un antiguo disco de Migala. "Puedes ver la noche desde un tren..., y luces lejanas, y piscinas vacías", y eso era lo que exactamente veía a través de la ventanilla. Algo que siempre me ha resultado extraño de los trenes es que su camino sea horizontal. El camino de un tren es el camino más horizontal que existe. Habría que preguntarse por qué no suben cuestas los trenes. Alguien que había ocupado mi asiento antes que yo había dejado una bolsa transparente con latas de refrescos vacías, cajas de Toblerones vacías, paquetes de chicles también vacíos. Y afuera luces lejanas, y piscinas vacías. ¿Dónde hay algo lleno, pues? Ahora recuerdo que en aquel momento pensé en alguien que escuchaba todo el día su iPod: en el bus, al volver del trabajo, mientras cocinaba, mientras veía la tele, mientras dormía, mientras hablaba, y que alguien le pregunta, ¿qué música escuchas? Y él responde que ninguna, que su iPod está vacío: oye el ruido de fondo de su iPod, sólo eso, le gusta el ruido de fondo de su iPod. Sólo que un iPod, al contrario que una cassette, no tiene ruido de fondo. ¿O sí? En el tren, unos asientos mas adelante, frente a mí, iban dos gemelas maduras, sólo ellas y yo. Medio rubias. Viajaban en silencio. Las gemelas siempre son tarros vacíos. Y luces lejanas, -me quedo embobado ante el cuadro en la Tate- y piscinas vacías.  

Gemelas

Salgo de la Tate y voy a unos grandes almacenes. Me dicen que allí puedes encontrar, concentradas, todas las tiendas de Londres, todo Oxford Street. Está un poco lejos, pillo el metro y, en efecto, es inmenso. El Louvre de los centros comerciales. Cuando voy al Louvre, sólo miro lo que me interesa, 10 minutos, y me voy corriendo, porque tal profusión de obras maestras me impide avanzar en mi trabajo; tengo que protegerme. Por eso también leo pocos libros. Sin embargo, este Louvre de los Centros Comerciales me gusta, no me bloquea para seguir comprando, no bloquea mi posible compradicción. No lo entiendo bien. Tengo que pensar el porqué de esa diferencia. 

Como allí dentro, entre futuras obras de arte.       

Tarde-noche. Barrio de Bloomsbury, camino hacia el Soho. Veo un local de una cadena de comida que no conocía hasta llegar a esta ciudad, y que ya había visto ayer, pero en otro barrio. Al ver esa tienda duplicada, inmediatamente me ha venido a la mente la película Dead man, de Jarmusch: un indio encuentra a un moribundo Johnny Deep, (que en la peli se llama William Blake). Como para los indios no puede haber dos cosas en el mundo con el mismo nombre, inmediatamente piensa que es el propio Blake resucitado, y que no descansa en paz. Lo conduce entonces en una larga caminata hasta un lago para darle una honrosa y correcta muerte: lo mete, atado, en una canoa y lo deja deslizarse por el río mientras mira cómo se aleja aquel hombre vivo pero para él muerto. Yo, al ver camino del Soho esa franquicia de comida que ya había visto el día anterior pero en otra calle, sin querer fui un poco indio: tardé en acostumbrarme a la idea de que podía haber dos tiendas con el mismo nombre, y además exactamente iguales. Bien miradas, las franquicias idénticas son una idea a) un poco paranoica y b) bastante sobrenatural. Ese es el motivo por el que en los países con creencias que consideramos ancestrales tienen tanta implantación las franquicias o cadenas de tiendas occidentales: para ellos son una manifestación de alguna divinidad.

Gemelas
 

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